martes, 27 de octubre de 2015

Y la mística se hizo carne

Aspecto del presbiterio de la Compañía de María instantes previos al comienzo de la representación. Fotografía Mª del Mar Felices Lozano
Cuando una atmósfera entre tinieblas e incienso, entre meditación y expectación; en un marco divino de muros centenarios que durante años albergaron con dulzura y pulcritud inocentes almas guiadas por la oración y el desvelo... cuando todo ello se une en divina armonía surge "el poder de la oración". 

Silencio y oscuridad dieron paso a la voz, a la luz, actores o quizás ángeles enviados por la divina providencia, vinieron a clausurar unos actos conmemorativos del nacimiento de Santa Teresa cargados de ilusión, cariño, entrega y dedicación. 

De la mano de un padre que se siente abandonado en la soledad impuesta por la férrea vocación de su hija, fuimos caminando lenta pero ávidamente en la espiritualidad, la poesía, las tribulaciones, el legado de la Santa, todo ello vivido a través de la mirada y la inocencia de una joven novicia de nuestros días que como la de Avila, vivía en una divina prisión y que hizo a Dios su cautivo, y que lejos ya de sentir su cuerpo preso entre unos hierros, a veces era su alma la que allí moraba y esa carga, esa sí era más pesada que el acero. 

Pero la santa no se apareció sola a esos ojos que la miraban con el corazón, venía con Fray Juan de Santo Matia, San Juan de la Cruz, amante del silencio, maestro de la palabra, con una sensibilidad extraordinaria y una autenticidad personal sin fisuras; su oración constante "sufrir y ser despreciado" y que se cumplió literalmente casi hasta el final de su vida, bien podría ser una reflexión de este encuentro místico transformador que el actor, creador y director de la obra Ramón Molina nos presenta y que define perfectamente el camino y las bases de Providencia, como si la obra hubiese sido encargada exprofeso. El desenlace de la obra no pudo más que dejarnos inmersos en una espiritualidad exacerbada, una espiritualidad que por desgracia desaparece al volver de nuevo a la vida, y que sólo aparece con el poder de la oración. 

Por supuesto broche, esta vez sí, broche de oro a la clausura de nuestros actos, Maranatha nos deleitó con unos profesionales sin límites que desde el minuto cero interactuaron con los que tuvimos el inmenso privilegio de "vivir" la obra de teatro; pero cuando esos actores se quitaron sus hábitos dejaron al descubierto cuán grande es la mano de Dios, y cómo se sirve de ellos para evangelizar, si bella fue su actuación, magnífica su calidad humana, personas, amigos ya que se apartan de su mundo cotidiano, de su descanso, de su tiempo libre para entregarlo a los demás y recibir sólo lo que Dios les tenga guardado, sin pedir nada a cambio; el espíritu de Santa Teresa está ya tan inmerso en ellos mismos, que ha tenido que ser la mano de ella la que los haya elegido uno a uno para escenificar y mostrar las flaquezas del alma; porque ellos supieron mirarla con el corazón, quieren que así la miremos todos. 

Gracias a Maranatha y a Providencia salimos reforzados de este camino que nos aguarda y que nos ha enseñado a sentir el poder de la oración y a aprender a rogar en nuestros momentos de flaqueza y a vivir como nos enseñó la santa NADA TE TURBE, NADA TE ESPANTE.