miércoles, 28 de octubre de 2015

Herido de Amor

¡Oh hermosura que excedéis 
a todas las hermosuras! 
Sin herir dolor hacéis, 
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas. 
El elenco de El Poder de la Oración en el presbiterio de la Compañía de María. Fotografía Fernando Salas Pineda. 
Fue en ese lugar de ilusiones juveniles, de silencios meditados que en otro tiempo acogieron el alma del Perdón de Cristo y ahora la de su Buena Muerte, donde el sábado hirióme una flecha. Una flecha de amor llena, lanzada con la certeza de mis santos místicos a los que antes quería y ahora amo. Ni contarlo podemos los que allí fuimos alcanzados por la afilada hoja de la palabra en la pluma de Ramón Molina. No se pude explicar, precisamente con palabras, cuando Dios, valiéndose en este caso de una obra de teatro, te sacude el alma y caes más que nunca en tus errores deseando ya sólo la reconciliación plena. Lo que sucedió, no sobre unas tablas, no sobre un escenario, sino sobre el espacio dedicado a la memoria perpetua del sacrificio sagrado, no fue sino una experiencia mística llevada de la mano de mujeres y hombres empapados del profundo espíritu del carmelo, la entrega generosa de un grupo de personas que saben compartir su fe cimentada sobre la experiencia de la oración. 

Aquello no fue una actuación profesional brillante de actores encumbrados en la fama, aquello fue la verdad más pura en el verismo más absoluto salida de lo más profundo del ser. Muchos espectadores caímos así atrapados en una especie de síndrome de Stendhal, transverberados por el éxtasis de la emoción y el suave dolor de la belleza. Los actores aficionados por amor a Dios no interpretaban, sentían, logrando así transmitirnos sus emociones. Sería injusto hablar de uno o de otro porque el trabajo de cada uno fue en verdad, de la candidez de la hermana portera a la firmeza de la madre superiora, de la dulzura de la novicia a la aspereza de don Julián, pero necesito agradecer a Isabel Valenzuela y a Jesús Sánchez sus solemnes y rotundas actuaciones como Teresa de Jesús y Fray Juan de la Cruz, la una con la fuerza arrolladora por momentos de la Santa fundadora, a veces caída en el desmayo de su elevada mística, y el otro en la humildad y sencillez del frailecillo de Fontiveros ‹‹¿Ha mandado llamar, Madre Teresa?››. 

El próximo sábado volverán a cargar luces, cables y equipos y volverán a recitar sus versos y a llenar con su poder otros espacios de oración. Terminarán, recibirán el aplauso y la admiración de otros públicos y marcharán de nuevo a Úbeda, así cada fin de semana, sin pedir nada a cambio para ellos pero siendo felices por darlo todos para los demás. Ese es el secreto, la fórmula magistral del éxito de Maranatha. 

Gracias Ramón, Juani, Belén, Lola, Isabel, Jesús, Blas, Cripri, Josefina, no por lo que nos disteis sobre el presbiterio, sino porque lo que nos habéis dado sobre la vida. Y gracias una vez más al colegio de la Compañía de María por prestar su espacio, a la Comunidad de Religiosas y a su Director Titular José María Campos; a José Cáceres Fuentes que hizo de “hermano portero”; a María del Mar Felices y Manuel Jesús González de la empresa Tu y Yo Ceremonias que dieron lo mejor de sí; a Trini que puso las flores; a los acólitos que trajeron la luz e inundaron con fragante incienso de pasión el lugar, Ricardo, Antonio y Javier; a las jovenes que repartieron los folletos y entregaron los ramos, Mª Ángeles, Mª del Mar y Sara… Gracias. 

A Pepe Campos y a Paulino Moriñígo 
que escogieron este sábado para subir a cantar maitines en el cielo