Carta a los Siervos de Providentia ante el nuevo curso
Al
comenzar el curso pastoral quisiera hacer hincapié en una actitud que creo que
es necesaria en nuestra vida: la alegría. Para nosotros, nuestra alegría está
en el servicio a Dios y a su Iglesia en el día a día, haciendo de nuestra vida
una ofrenda agradable a Nuestro Señor. El querer desgastarnos por el bien de la
Madre Iglesia. Entregar nuestra vida por esta noble causa es ser generosos,
desprendidos y agradecidos. Pongamos todos nuestros talentos, facultades,
bienes y deseos al servicio de la esposa de Cristo.
“A muchas almas les querría mucho
avisar que no esconden el talento, pues quiere Dios escogerlas para provecho de
otras muchas, en especial en estos tiempos recios que son menester amigos
fuertes de Dios para sostener a los flojos”.
Libro de la Vida, 15,15
Estimados miembros de
Providentia: Paz y Bien.
Al
acercarnos a la clausura del V centenario del nacimiento de Santa Teresa,
quiero dirigirme a cada uno de vosotros para que nos unamos en acción de
gracias a Dios por este año Teresiano que ha sido una bendición y ha redundado
en bien de la vida espiritual de la Iglesia.
Fotografía: Clemente Jiménez |
La alegría es un fruto del Espíritu Santo,
nace de una fe madura y es signo de Cristo Resucitado. No hay santidad en la
tristeza. Decía nuestra Santa Madre Teresa que “Un santo triste es un triste
santo”. Nosotros debemos ser hombres y mujeres que manifestemos la alegría del
amor de Dios, el sentirnos salvados por Jesucristo, y el gozo de servir. Hay
más alegría en dar que en recibir.
El
Señor quiere discípulos y amigos alegres. Pues la alegría es el mejor medio
para atraer a otros a la Fe. La fe es una gracia que nos ayuda a vivir con sana
despreocupación después de habernos esforzado mucho. En la fe ganamos seguridad
interna, alegría y libertad. La vida en la fe hace experimentable la protección
y el cuidado de Dios; ¿hay más motivo para vivir en permanente alegría? “Cuando
el alma está alegre, alegra a los demás” (Prov. 15,15) San Pablo en medio de
fuertes contradicciones, repetía: “Estad alegres” (2 Cor. 13,11). “Vivid
siempre alegres” (1 Tes. 5,16). “Alegraos siempre en el Señor, os lo repito
vivid alegres…” (Fil 4,4).
La
tristeza paraliza los mejores propósitos de santidad y apostolado y oscurece el
ambiente. Es un gran mal. La tristeza se origina por falta de sentido de la
vida, estar vacío, insatisfecho, dificultades o sufrimientos vividos. La
tristeza mueve a la ira, superficialidad, enfado e impaciencia. El alma
entristecida es camino fácil de derrota: “Como la carcoma daña la madera, la
tristeza daña el corazón” (Pr 25,20).
Hay
demasiado dolor en nuestro mundo, demasiadas penas son las que nos rodean,
demasiada amargura en los rostros de la gente que nos rodea, demasiadas
soledades no buscadas, demasiados hombres y mujeres insatisfechos con sus
vidas, demasiada vaciedad, son demasiados los crímenes que el hombre es capaz
de cometer contra los iguales, ya se encargan los medios de comunicación de
hacérnoslo saber… y en medio de todo, el Señor nos pide que demos alegría, pero
no de la efímera, de un momento pequeño, no. Seguramente nuestra alegría no
saldrá en los medios de comunicación social porque nuestra alegría no es
explosiva, de un momento y se acabó. Nuestra alegría es la que se vive en
nuestro interior e impregna todas nuestras actividades y palabras, porque nos
sabemos amados profundamente por nuestro Dios, en las cosas sencillas de
nuestra vida.
Nos
sirve muy bien de ejemplo Santa Teresa, que en medio de todos los problemas que
la rodeaban, y no fueron pocos, supo ser mujer llena de alegría, pero es porque
ella llegó a convencerse totalmente de que
“¡Sólo Dios basta!”. Y así lo
expresa en Las Moradas “por tanto ya
pueden venir tormentas y tempestades del mundo, que todo lo puedo en aquel que
me conforta. Busquen en su alma a ese morador porque está en el centro y mitad
de ella y descubran la alegría de sentirle tan dentro, que todo les parecerá
poco”.
Para
estar alegres hay que tener paz interior. La alegría nace de la paz del alma. Y
la paz sólo la puede dar Dios. Para poder mantener la paz interior en medio de
las contrariedades de la vida hay que tener en cuenta: Dominar el mal humor. No
abatirse, sino aceptar la contrariedad como se presenta. Levantar el corazón a
Dios y pedirle ayuda, sabiendo que toda clase de sufrimiento unido a la pasión
de Cristo, redime al mundo, y esto es consolador.
Renunciar
a lo que no es posible es hacer de la necesidad «virtud». Hay que vivir con
alegría las propias limitaciones, y saber que la máxima felicidad del hombre
está en ayudar a los demás. Pon tus cualidades al servicio de los demás, como
tu simpatía, bondad, amabilidad, sencillez, saber consolar, echar una mano,
saber escuchar. Hay que saber escuchar, es la mejor manera de consolar al que
sufre. Procura hacer cada día algo que aumente la felicidad de otros. Una de
las cosas más bellas es ser sembrador de alegría. La persona alegre es feliz y
hace feliz a los demás. Un semblante siempre alegre trasmite felicidad. El que
comunica alegría da ánimos, y dar ánimos es un modo de amar.
Para
vivir alegre y feliz no hace falta tener todo, sino estar contento con lo que
se tiene. No es feliz el que más tiene, sino el que menos
necesita. Procura hacer bien lo que tienes que hacer, lo mejor que
puedas, y después quédate alegre y feliz cualquiera sea el resultado.
Deberíamos pedir a Dios valor para cambiar las cosas que podemos cambiar,
serenidad para aceptar las que no podemos cambiar, y sabiduría para distinguir
unas cosas de otras… Y conformidad con la voluntad de Dios. “Que nada te turbe,
ni nada te espante, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios
tiene nada le falta” (Santa Teresa de Jesús).
El Santo Padre Francisco en una alocución
decía “La verdadera alegría no viene de las cosas, del tener, ¡no! Nace del
encuentro, de la relación con lo demás, nace de sentirse aceptado, comprendido,
amado, y de aceptar, comprender y amar; y esto no por el interés de un momento,
sino porque el otro, la otra, es una persona. La alegría nace de la gratuidad
de un encuentro. Es escuchar: “Tú eres importante para mí”, no necesariamente
con palabras. Esto es hermoso”[1]
Os
animo a vivir en coherencia y autenticidad para que nuestro apostolado sea
fecundo y ayudemos a despertar la alegría del evangelio en tantos hombres y
mujeres que no han tenido la dicha de encontrarse con Jesucristo.
Antes
de despedirme os emplazo encarecidamente a participar en los actos que hemos
organizado para la clausura del V centenario del nacimiento de Santa Teresa.
Será una bella oportunidad de compartir nuestra fe, carisma y de hacer
apostolado. También será motivo para profundizar sobre la obra y la vida de la
Santa. Sería conveniente no olvidar que toda la vida de la Santa Reformadora es
una lección de fidelidad y correspondencia íntegra a su propio estado de monja
contemplativa hasta el último límite de la entrega de su voluntad a la de Dios.
Lección apremiante para este tiempo en que es evidente no se aprecia, por lo
general, la fidelidad a un compromiso, a un estado y a unas promesas.
Seamos
fuertes en nuestros compromisos, firmes en nuestras convicciones y generosos en
nuestras acciones. Así podremos extender nuestro carisma y a la vez ser
convincentes por la credibilidad de nuestros actos.
Os
encomiendo en mis oraciones. Siempre a vuestro servicio.
Ramón Garrido Domene
Sacerdote